La cocina chilena es el resultado de tres tradiciones culinarias: la indígena, la española y otras extranjeras, especialmente la francesa. Según sostiene el historiador Eugenio Pereira Salas, el influjo indígena aportó con materias primas, la española con los hábitos y usos alimenticios y el francés con sus procedimientos culinarios, consumo y maneras.

La primera etapa de la cocina chilena comenzó a partir de los productos indígenas como el maíz, la papa, el poroto, el zapallo y el ají. A estos se sumaron nuevos productos, técnicas y prácticas culinarias que trajeron los conquistadores como la introducción de ovinos, bovinos y porcinos, la elaboración del pan de harina de trigo, el vino, entre otros.

La unión de ambas cocinas dio origen a platos donde se mezclaron las carnes con los porotos, el ají y el zapallo. Otros platos que surgieron con un claro sello mapuche fueron los guisos con choclos y papas, las humitas y la chuchoca. Los postres mantuvieron su impronta europea como los hojaldres, alfajores, sopaipillas, etc.

Como señala Sonia Montecino, antropóloga e investigadora de la cocina chilena, un ejemplo de este mestizaje son los distintos tipos de panes: el sello mapuche en la tortilla de rescoldo, el pan español con grasa y miga y el pan chileno, una hogaza aplastada con mucha corteza.

A fines del siglo XIX se sumó la influencia europea, principalmente francesa. En el sur de Chile los inmigrantes alemanes introdujeron su gastronomía propia, al igual que otros inmigrantes que se asentaron en distintas localidades de nuestro país. 

Conocido como caldillo de congrio, que mereció una oda del poeta chileno y ganador del premio Nobel de literatura de 1971 Pablo Neruda.